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Capitalismo cognitivo. Una glosa al pliegue. Por Mauro Salazar J.

A nuestros heraldos

El mapa de los saberes universitarios experimentó (años 80′) un «shock terciario» traducido en la intensificación de un rubro feudatario impulsado por agentes privados (stakeholders) que cincelaron el camino de la «Universidad del incentivo». La nueva facticidad institucional no comprometía mixturas, advertencias, ni transiciones, sino una sintaxis glonacal de traducciones. Lejos de toda figura preventiva, se organizó un aparato académico-metropolitano (extractivismo, servicios, índices) que se benefició de la bonanza de los mercados emergentes. Luego vino la irrupción de gobernanzas (BID) que arremetieron contra la frase narrativa de los presupuestos nacionales, sacudiendo el orden de las opciones retóricas como posibilidades del pliegue (arquear, desviar, torcer). Y así, se impuso el dictum de la economía política -management- que supo gestionar el disciplinamiento de las prácticas textuales alterando la cadena de imágenes y sonoridades en nombre del accountability. La disposición del nuevo despotismo auspició lo audible-masivo como única posibilidad verbal, alzando escrituras sin sombras, para imponer la claridad (simplicidad lingüístico) que presupone el texto digital.

El nuevo paradigma gerencial pudo exiliar las «poéticas del pliegue» y la intensificación del aceleracionismo sepultó los saberes de la Universidad republicana con sus «piochas de bronce». En medio de los sucesos de la desregulación, la irrupción del papers devino en el dinero de la academia, por donde migró la transformación del léxico universitario hacia una gramática post- fordista que abrazó la «precarización de la creatividad»*. Hoy el régimen gestional no puede reorganizar la «orfandad hermenéutica» ante el des-pliegue de tecnólogos, empleados cognitivos y métricas homogeneizantes.

La «Universidad de los índices» -capitalismo académico- implica un conjunto de exigencias y sellos de accountability (agencias de certificación) para la validar la holgura estadística del conocimiento serial, el identitarismo disciplinario, la «axiomatización de los argumentos», consumando la generación del experto indiferente. El papers -imperial- se ha comportado como una herramienta de la «limpieza étnica» agotando la potencia imaginal de la palabra bajo soberanía de la inteligencia artificial. Tal soberanía, ni siquiera responde al dispositivo gubernamental, tiempo de transitólogos, que hacía de la excepción el recurso privilegiado para delimitar las funciones del cognitariado académico.

En suma, se trata de una startup que se erige como un «capital emprendedor» donde el modelo de negocios es similar a las empresas que cuentan con un gran potencial de crecimiento y riesgo (Facebook, Twitter o Academia.edu) que surgen a partir de una idea “emprendedora”, merced al uso de tecnologías e innovación programática. Aunque también al crecimiento y trabajo de sus usuarios -los propios “académicos” bajo la ficción del trabajo inmaterial- en uno de los esquemas empresariales de inaudita obsolescencia, en tanto servidumbre, proletarización y administración de miserias en el mundo público-privado.

Se ha consumado un movimiento depredador de la creatividad intempestiva del pensamiento –«experimentación», «creación», «imaginación» y despistes del pliegue respecto al oficialismo cultural– que ha difundido la monotonía escritural, la expulsión de la imaginación como «metáfora de la realidad» y no su negación (Freud, la tragedia griega, Edipo y Electra), validando un sinfín de certificaciones policiales para alivianar el «ejército de reserva» de Doctores -plusvalías cognitivas- que deben lidiar con un modelo que administra la crisis lecto-escritural, la ausencia de «narrativas», develando el destino manifiesto de la deserción ocupacional. De tal suerte, se fue consolidando la rúbrica gerencial contra la rentabilidad de los servicios donde «lo contiguo», «lo inmediato», «lo fáctico» y «pre-crítico» -epistemicidios- adquieren un protagonismo fundamental dentro de las tecnologías de intervención.

El célebre trabajo inmaterial tiene lugar principalmente en emprendedores auto-explotados donde la pretendida independencia -trabajo abstracto- es una mera ficción. A raíz del outsourcing, reducción de personal, se hace evidente el trabajador “autónomo” -a boleta-, incluyendo aquí a los académicos contratados por horas. En suma, el académico es un “micro-pyme”, presuntuosamente crítico, que gestiona su infinita subsistencia y la precarización es la norma, dado que la crisis del trabajo afecta a los mercados educacionales.

Aquí, en nuestro mundanal tupido, no hay «pacto republicano» para una nueva ciudadanización del conocimiento. El ocaso del campus individual fue también el fin de una determinada figura intelectual, aquella que creía posible la «metáfora del exilio» (Said) o del «punto de vista» (Sarlo) donde ensayo y pensamiento litigaban sobre lo imprevisto (suspensión argumental). Los muros de la «ciudad letrada» fueron desbordados no solo por la expansión de sus conocimientos, sino también por una «oligarquía tecnocrática» que, ante la desregulación propia del laissez-faire, no hizo más que sellar un compromiso a perpetuidad con las tecnologías del capitalismo cognitivo. Un programa homogeneizador sin palabras, como diría Robert Musil, que nos ha exiliado, cual extranjeros, del acontecimiento de la escritura y ha relevado la ilusión del emprendizaje y el capital humano.

Atrás quedaron los momentos heterotópicos y las escrituras de extramuros. Lejos de Boedo, Arlt, Vallejo y Pizarnik. Ni Borges, ni Expósito.

Concitando a Raúl Rodríguez, Walter Benjamin, especie de rockstar de la teoría crítica contemporánea, era un par-time de otros tiempos.

Mauro Salazar J.

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