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Crear lo antiguo para legitimar lo nuevo: el poder del relato neoliberal en Chile. Por Francisco Suarez

En su último discurso, Tyrion Lannister -uno de los protagonistas de las series más vistas del siglo, Juego de Tronos-, debe enfrentar un momento crítico generado por un vacío de poder y una crisis institucional, en donde se volvía imprescindible negociar el restablecimiento de una paz duradera y legítima. El blondo personaje plantea una pregunta fundamental a los grandes señores "de los siete reinos": "¿Qué une a los pueblos? ¿los ejércitos? ¿el oro? ¿las banderas? No, las historias. No hay nada más poderoso que una buena historia. Nada puede detenerla. Ningún enemigo puede vencerla”.

Historias, relatos, mitos fundadores... Las narrativas vehiculan una comprensión del mundo, tratan de explicar la naturaleza del entorno habitado, establecen un pasado común al tiempo que intentan justificar el orden social y los roles que cada integrante debe jugar para garantizar su existencia y la de la comunidad. Las historias crean comunidades que se nutren a través de intercambios culturales, económicos y sociales, es decir mediante la cooperación colectiva. Este debe ser probablemente uno de sus principales rendimientos: generar mecanismos de adhesión y cooperación; movilizar y fomentar el trabajo colectivo a pesar de la desigualdad en la repartición de sus frutos.

Por su parte, el historiador Benedict Anderson, en su icónico libro “Comunidades imaginadas” las define como “imaginadas porque aun los miembros de la naciones más pequeñas jamás conocerán a la mayoría de sus compatriotas, no los verán ni oirán siquiera hablar de ellos, pero en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión”. La comunión incluso con aquellos responsables de perpetuar las más grandes tragedias al interior de estas. Y plantea que en ciertas coyunturas históricas, lo antiguo es consecuencia de la novedad.

De esta forma, no se trata de lograr grandes acuerdos sino más bien de hacer aceptar las desigualdades volviendo tolerables las injusticias a través de un relato que permita construir el pasado, diagnosticar el presente y proyectar el futuro. En gran medida se trata de legitimar un orden social y la posición hegemónica de aquellos que lo orquestan.

Pueden surgir varias narrativas que se disputen este sentir común, con más o menos similitudes, más o menos opuestas, susceptibles de despertar el apoyo de diferentes sectores. Algunas convergen y otras divergen, creando la posibilidad de generar alianzas entre los distintos actores que las sostienen. Por ende, lo que determina el establecimiento de una narrativa por sobre otra no es su capacidad de interpretar la realidad sino la capacidad de los actores de imponer su relato. Entre las asimetrías de poder se encuentran el nivel de coerción para influir en las decisiones así como la capacidad de persuasión, difusión y penetración de este.

“El ladrillo” y el relato neoliberal

En base a esta reflexión es posible introducir algunos elementos del entramado que compone el relato del modelo neoliberal y algunas de sus especificidades en Chile. Si bien el neoliberalismo no nació intelectualmente en nuestro país, existe un consenso respecto a que fue el primer Estado donde se aplicó la doctrina, siguiendo los lineamientos del programa económico conocido como “el ladrillo”, redactado durante los años de la UP y publicado en 1992.

Por la significación histórica de los eventos constitutivos del proceso, el relato de las propuestas realizadas por los chicago boys, pueden entenderse como el origen del relato hegemónico del país en lo que respecta a su economía. En otras palabras, y al decir de sus autores “la fuerza de estas ideas es en gran medida la fuerza que impulsa el desarrollo del país”, desde la dictadura hasta la actualidad.

El libro reconoce en su introducción que las causas de los problemas económicos que sufrió Chile desde los años 30, “están íntimamente relacionadas con profundas razones políticas y sociales, que inciden considerablemente en la elección de alternativas de política económica” pero decide no abordarlo. De esta forma procede a realizar un diagnóstico que confina la economía a una dimensión técnica.

Por una parte, se presenta como la modernidad a través de un diagnóstico que busca romper con un pasado que plantea como la falta de solución de problemas técnicos, excluyendo el ámbito político y social: baja tasa de crecimiento; estatismo exagerado; escasez de empleos productivos; inflación; atraso agrícola; la extrema pobreza. Y por otra parte promete un futuro próspero a través de la aplicación de una lista de medidas, presentadas como la obra cúlmine de economistas rigurosamente entrenados en las Ciencias Económicas; una obra neutra, científica y eximida de cualquier tipo de ideología:

“El esquema de políticas económicas que se propone en este informe supone un cambio radical en la situación presente y está concebido en términos de la existencia de un Gobierno de conciliación nacional, poseído de gran prestigio por su objetividad e imparcialidad y premunido, por ende, de una autoridad generalmente aceptada” (p.22). De esta manera, el imaginario que proyecta el relato crea lo antiguo a partir del establecimiento de lo nuevo, ya que su interpretación no se establece desde la experiencia de ese pasado, sino desde la visión que se proyecta desde ese presente. La cita es larga pero vale la pena:

“La actual situación se ha ido incubando desde largo tiempo y ha hecho crisis solo porque se han extremado las erradas políticas económicas bajo las cuales ha funcionado nuestro país a partir de la crisis del año 30. Dichas políticas han inhibido el ritmo del desarrollo de nuestra economía, condenando a los grupos más desvalidos de la población a un exiguo crecimiento en su nivel de vida, ya que dicho crecimiento, al no poder ser alimentado por una alta tasa de desarrollo del ingreso nacional, debía, por fuerza, basarse en una redistribución del ingreso que encontraba las naturales resistencias de los grupos altos y medios”. (p.19)
En este párrafo se insinúa una de las fábulas más recurrentes del modelo, conocida popularmente como “la teoría del chorreo”, que plantea que al aumentar el ingreso nacional, aumenta el ingreso de las clases más desfavorecidas. De ahí el interés de bajar los impuestos a los ricos y a las empresas. Sin embargo, hoy los datos desmienten esta fábula. El país creció pero el ladrillo se transformó en una máquina de desigualdad, sin chorreo.

En la siguiente cita se puede ver la aparente cientificidad del argumento, haciendo alusión al mercado y la competencia como garantía de neutralidad e imparcialidad, separadas del resto de la sociedad. Sin embargo el tiempo deja al desnudo la evidente animosidad e ideologización de la narrativa:

“El excesivo poder del Estado ha quedado en evidencia en los últimos dos años y medio, al demostrarse cómo se puede usar para aniquilar al adversario político y halagar -a costa de la economía- a la masa ciudadana para adquirir el poder total y permanente. Creemos que esto realza la necesidad imprescindible de reformar nuestra organización económica, social y política de tal modo que la intervención del Estado -cuando se justifique- no se realice a través de autoridades discrecionales sino que indirectamente a través de normas claras, conocidas y de aplicabilidad general que sean, por lo tanto, impersonales. Esto, junto con la descentralización del poder económico y de las decisiones a todo nivel, permitirá establecer un sistema económico moderno y eficiente que opere a través de los mercados y la competencia”. (p.50)

La falta de un ladrillo de izquierda

Cabe destacar que técnicamente estas ideas consensúan a gran parte del espectro político. Estas conforman sin lugar a dudas el pensamiento económico hegemónico, dentro y fuera de Chile. Sin embargo, la crisis de las subprimes en el 2008 significó un golpe de realidad para muchos, comenzando con el Presidente de la Reserva Federal, generando la coyuntura para un relato alternativo.

Durante su comparecencia ante la comisión investigadora del Senado, Alan Greenspan declaró “tengo una ideología. Desde mi punto de vista, los mercados libres y la libre competencia son por lejos la mejor manera de organizar la economía. Intentamos en el pasado la reglamentación y nunca funcionó [...] La pregunta es si la ideología actual es realista o no. Lo que digo es que si, me di cuenta de que hay una falla” Una falla que debieron saldar los Estados para evitar el desplome del sistema financiero mundial. Ante las preguntas del presidente del Senado añade:

"Precisamente por eso me sentí conmocionado, porque había funcionado tan bien durante 40 años y quizá incluso más, y había muchas razones para creer que funcionaba increíblemente bien...". Por su parte, el presidente del Banco Central Europeo hasta el 2011, Jean-Claude Trichet, confesaba el sentimiento de abandono de las herramientas económicas clásicas para comprender la crisis. Y así, múltiples autoridades y economistas lo hicieron en su momento.

Si bien Chile logró sortear la crisis con cierta tranquilidad, su economía abierta sufrió las consecuencias que tuvo en la economía mundial; perceptibles en el estancamiento del crecimiento y el desarrollo del sector externo. A pesar de esto, en Chile el relato tembló en octubre del 2019, creando la coyuntura para un relato alternativo. El resto de la historia es conocida: el relato del modelo neoliberal sigue siendo el rey.

Quizás una de las razones de esto sea que la izquierda no cuenta con un equivalente del “ladrillo” y algunos sectores no ven en el modelo un problema en sí mismo, sino más bien una herramienta. En conclusión, se podría decir que la captación del imaginario y la coaptación del mundo de las ideas son los principales logros del relato neoliberal.

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