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Los barcos del capitán. Por Anna Bou Jorba

No se sorprenda nadie porque quiero
entregar a los hombres
los dones de la tierra,
porque aprendí luchando
que es mi deber terrestre
propagar la alegría.
Y cumplo mi destino con mi canto.

Pablo Neruda

MENSAJES EN UNA BOTELLA

¿Qué es poesía? Esta pregunta pomposa, además de no tener respuesta, es infinitamente aburrida. Nunca se cuestiona Qué es novela, Qué es pintura, Qué es arquitectura, Qué es un árbol, Qué es una madre. La pregunta Qué es poesía implica un cierto elitismo y cargar la espalda del poeta con un insoportable, y no leve, peso existencial. No, el poeta no es un profeta, aunque tan sólo haya la sutil diferencia de dos letras, y mucho menos es un dios. Tiene más sentido si planteamos la pregunta desde el otro lado de la puerta, simple giro que le añade sutileza y menos barroquismo trascendental: ¿Qué no es poesía? Nada. Todo es absolutamente poético. Es necesario, para habitar el mundo, tener una relación poética con él, aceptar su ambigüedad y todos los misterios que conlleva la fragilidad humana. “Vende la inteligencia para poder comprar la capacidad de maravilla”, nos aconseja el poeta y místico sufí Rumi. A cuánto va el kilo de maravilla, por favor. El poeta vaciará todos sus bolsillos para comprar gramos, instantes a granel de efímera maravilla.

¿Se parece un poeta a sus poemas? Esta pregunta es infinitamente más interesante e intrigante que un misterio de Sherlock Holmes, aunque, a diferencia de los casos del detective de Baker Street, éste quedará abierto. Un poeta puede esconderse o mostrarse en sus poemas tanto como desee; los poemas no se hacen con sentimientos, se hacen con experiencias. El poeta es un fingidor, tal como aseguraba Pessoa. ¿Esto significa que miente? No. Fingir no es sinónimo de mentir, ni un poema se tiene que sentar en el banco de los acusados. Tampoco en el de los inocentes. Prosigamos, Sr. Juez. La pista más acertada nos la da la poeta norteamericana Elisabeth Bishop con su definición: “Poesía son sapos reales en jardines imaginarios”. Siempre, siempre debe haber una verdad que croe, una verdad que usa la misma talla del poeta, el resto son metáforas, mirada, sensibilidad y jardines excelsos como los de Babilonia, o secos y vacíos como un patio trasero con una farola medio ciega.

LOS TRES BARCOS

Cuando se visita una casa museo flota una cierta sensación de formol en el ambiente, de silencioso decorado, los objetos están mudos y sordos, no se sabe si la casa está naciendo o, por el contrario, expeliendo un último suspiro, y las camas ya no recuerdan sus tiempos mejores cuando cantaban los muelles.
Contrariamente, tan sólo entrar a la casa de Isla Negra, la Sebastiana o la Chascona haces tuyas las tres palabras de Howard Carter cuando descubrió la tumba de Tutankamón, “Veo cosas maravillosas”, exclamó el arqueólogo ante el impresionante ajuar funerario del joven faraón, pero las casas de Neruda no tratan sobre el Más Allá, sino sobre el Más Aquí, Aquí, Aquí, tanta es la vida que contienen esas salas que hay que abrir las ventanas para ventilar, o la casa se pondría a bailar, tantas historias han escuchado esas paredes que han quedado impregnadas como si fuesen recién pintadas, y si las tocas con los dedos de la mirada te manchas de creatividad, de alegría, de poemas, de vitalidad a flor de piel. Y la bata de cama de Matilde todavía hoy colgada en el armario, arrugada (celebro la decisión del alma sensible de la organización que decidió no plancharla), como si se la hubiera puesto ayer mismo, seguramente la tela recuerda y guarda el tacto cálido de su cuerpo delante del tocador, bajemos a cenar, mi chascona, que ya han llegado los amigos y, como cada noche, cenaremos ricos manjares y versos, si es que no son lo mismo. El Capitán Neruda timoneaba sus barcos; a la proa la poesía, a la popa Valparaíso, y el barlovento que abraza y arropa y tierra a la vista de la melena al viento de Matilde.

Les voy a hacer una confesión, yo no era excesivamente nerudiana (la sombra de “Los veinte poemas de amor y una canción desesperada” es muy alargada), hasta que entré en sus casas, en sus barcos, y descubrí que Pablo Neruda no es un romántico, es un cachondo con hambre de vida, por esta razón el título de sus memorias es “Confieso que he vivido”. Neruda no separaba vida de poesía, vivió poéticamente aceptando y celebrando la ambigüedad de la existencia, y sus casas no son casas, son su teoría estética.

Bienvenidos, tomen asiento, zarpamos.

LA CENA DEL CAPITÁN

Casas que laten, metáforas en vivo, los objetos se miran, se tocan, respiran: el cuadro de la reina está frente al cuadro del rey para mirarle a los ojos y que el lánguido monarca no se sienta tan solo; el suelo abandona las esquinas, se dobla y redondea para que el caballo en su carrusel tenga la sensación que gira, que gira, mientras las litografías de los globos aerostáticos piden a gritos que se abra la casa para salir volando, volando. Y la chimenea no es una chimenea, es una tinaja para el humo. Y el cristal rojo o verde de las copas, porque así el agua sabe mejor. Y el moai sospechoso al que el poeta le quita un ojo, para que la posible maldición no surta efecto ni le despiste mientras escribe, escribe, después de lavarse las manos en el lavabo que no funciona, decorativo, por supuesto. Y el tejado es de zinc para oír como repiquetean los dedos de pianista de la lluvia del sud. Y el barco ebrio (quizás un homenaje encubierto a su amado Rimbaud) aparcado en tierra delante del mar de Isla Negra, para marearse tan sólo de versos y alcoholes del bar en el que grabó los nombres de los amigos muertos en las vigas para alzar la mirada y brindar por ellos.

“El niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre su infancia que vivía en él. Mi casa es un juguete y juego con ella día y noche”, afirmaba Neruda que le cantaba a la alcachofa, al vino, al limón, a la papa, a la ciruela, a la castaña en el suelo, al famoso caldillo de congrio: …Ya solo es necesario/ dejar en el manjar/ caer la crema/ como una rosa espesa,/ y al fuego/ lentamente/ entregar el tesoro/ hasta que en el caldillo se calienten/ las esencias de Chile,/ y a la mesa/ lleguen recién casados/ los sabores/ del mar y de la tierra/ para que en este plato/ tú conozcas el cielo. Sus odas se pueden lamer, comer, tocar, son puro goce juguetón y material. El dionisíaco poeta al que le gustaba disfrazarse (de hecho, su nombre es un disfraz más) bien sabe que la vida no es compasiva ni demoníaca, ni bella ni atroz, es tan solo persistente, inocente y abierta tanto al dolor como al deseo. No habrá vivido suficiente quien no ha sufrido (bien que lo supo el comprometido poeta chileno que murió envenenado por la dictadura de Pinochet, como está a punto de demostrarse), pero tampoco quien no ha visto cómo cae el sol dentro de un plato de caldillo de congrio mientras ríes con los amigos. ¿Y cómo reía Neruda? Hacia dentro, hasta que casi se ahogaba y se le llenaban los ojos de lágrimas.

OH CAPITÁN, MI CAPITÁN

“Aún en mis ojos (…) oigo la desbocada artillería que me hacía temblar de emoción como si en cada verano de mi infancia hubiera yo cambiado de planeta, y en las puertas erizadas del mar me recibieran las grandes olas de otro mundo, con su sonido aterrador, de creación, de movimiento y fuerza, que escucho todavía”. El poeta, tal como se intuye en sus palabras anteriores, nunca quiso vivir lejos del mar de su infancia, por ese motivo le abrió ventanas y puertas y el mar entró en sus casas: las fachadas de Isla Negra, la Sebastiana y la Chascona semejan, literalmente, barcos desde los que el poeta navegaba por su amado Chile, país tan largo como un verso. Del pez-poeta destacaba Cortázar “Su lenta mirada de tiburón varado”. Ramón Gómez de la Serna también quiere añadir salitre al asunto cuando describe el cuerpo tiburonesco “como si anduviésemos sobre un inmenso monstruo del que no vemos la cabeza ni la cola”. Remata, revive, Gabriel Celaya: “Neruda tiene branquias anteriores a la aventura humana con el Ouroboros o el pez-hombre Oanes de nuestros orígenes. Él es, por excelencia, el poeta del Tercer día de la Creación, el Gran Saurio Sagrado”. Saurio Sagrado que terminó de escribir en Capri “Los versos del Capitán”, libro de amor, apasionado y doloroso, según sus propias palabras, que el poeta publicó anónimamente, debido a que iban los versos dirigidos a Matilde Urrutia, mascarón de su vida, aunque todavía estaba casado con Delia del Carril.

El poeta polaco (Polonia, patio de recreo de Europa; nacen excelentes poetas en los países que han sufrido los puñetazos de la historia) Adam Zagajewski acierta el centro de la diana con sus versos:

Lo que pasó, había pasado antes./ Cuatro toneladas de muerte yacen en la hierba/ y duran las lágrimas secas entre las hojas del herbolario./ Lo que pasó, se quedará con nosotros,/ y crecerá y disminuirá./ Pero nosotros tenemos que vivir,/ dice un castaño casi enmohecido./ Nosotros tenemos que vivir,/ canta la langosta,/ nosotros tenemos que vivir,/ murmura el verdugo.

Repesco la pregunta de la botella del principio ¿Qué es poesía? Y la respuesta nos la da el castaño, la langosta, también el verdugo. La poesía es tener que vivir -qué regalo, qué remedio- con el mayor goce posible dentro de este breve instante al que llamamos existencia. Déjenme solo con el día./ Pido permiso para nacer, ruegan los dos últimos versos del cañonazo de poema nerudiano “¿Y cuánto vive?”

Oh capitán Neruda, nuestro capitán sensible, sensual, juguetón, grandioso, íntimo, empático, bondadoso, voluptuoso, amigo de sus amigos, sufriente, ambiguo, fingidor, auténtico, cónsul que compraba caballitos de madera, Dioniso que ríe hacia dentro hasta que casi se ahoga, Poeta que muere hacia fuera atrayendo a la multitud que quería despedir al constructor de mundos que aseguraba que era su deber terrestre propagar la alegría con su canto. Y qué canto. Y es el deber de los grumetes callar cuando el Capitán toma la palabra:

Por mi parte, soy o creo ser duro de nariz (muy modesto, Neruda, creo que olías perfectamente por qué lado llegaba la vida), mínimo de ojos, escaso de pelos en la cabeza (¿Leíste el “Elogio de la calvicie”, de Sinesio de Cirene? Te habría gustado), creciente de abdomen (en este punto te cedo la razón, me hubiera encantado ver cómo subías las escaleras tan estrechas de tus casas después de las opíparas cenas), largo de piernas, ancho de suelas, amarillo de tez (porque vienes de los peces), generoso de amores (se entiende, había que compensar la canción desesperada escrita a tan pronta edad), imposible de cálculos (ya somos dos), confuso de palabras (todo poeta es un fingidor, definitivamente), tierno de manos (ni lo dudo, una caricia tuya debía ser más que suficiente para abrir el Mar Rojo de todas las noches), lento de andar, inoxidable de corazón (y tus dedos los sabían), aficionado a las estrellas (como los escarabajos), mareas, maremotos, administrador de escarabajos (como las estrellas), caminante de arenas, torpe de instituciones (me enamora que lo diga un cónsul), chileno a perpetuidad (sí, y por tu estrecho pero profundo país, como una vena, “te gastaste como las herramientas que devuelven al fin su metal a la tierra”), amigo de mis amigos (muertos y vivos, los sabemos, y te honra), mudo de enemigos, entrometido entre pájaros, mal educado en casa, tímido en los salones (nunca lo hubieran dicho tus casas), arrepentido sin objeto, horrendo administrador, navegante de boca y yerbatero de la tinta, discreto entre los animales (pero no entre los hombres, Gran Saurio), afortunado de nubarrones, investigador en mercados, oscuro en las bibliotecas (pero resplandeciente en tu cuaderno), melancólico en las cordilleras (para eso se inventaron las cordilleras), incansable en los bosques, lentísimo de contestaciones (hay preguntas que se lo merecen), ocurrente años después (de algo sirve sumar primaveras), vulgar durante todo el año (menos el 10 de diciembre de 1971, en Estocolmo), resplandeciente con mi cuaderno (nada pudo la oscuridad de las bibliotecas), monumental de apetito (el congrio lo sabe, todavía se acuerda de ti), tigre para dormir, sosegado en la alegría (tu “Oda a la alegría” es pura maravilla), inspector del cielo nocturno, trabajador invisible, desordenado, persistente, valiente por necesidad (también valiente por solidaridad; el año 1939 fletaste el barco Winnipeg, con más 2.000 refugiados españoles víctimas de la guerra civil, con destino a Valparaíso), cobarde sin pecado, soñoliento de vocación (semejante confesión de un cónsul, y también embajador, me enamora dos veces), amable de mujeres (¿sabes que mi amiga Eli, de Barcelona, tiene tatuado tu verso “Es tan corto el amor y tan largo el olvido” en su costado derecho, al lado del pecho?), activo por padecimiento (sin dolor no hay placer), poeta por maldición (bendición para el resto) y tonto de capirote*.

Imposible no amarte, Pablo.

*Autorretrato, de Pablo Neruda (en cursiva).

Viña del Mar, 23 abril 2024.

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